Definitivamente, estas son unas elecciones fuera de lo normal. A pesar de la parafernalia política que cada cuatro años hace basura en las calles, nuevos actores sociales se vislumbran en el panorama político actual: las juventudes. Con esto no estoy afirmando que los jóvenes, antes de estas elecciones, no participaran en política. Lo que quiero decir es que en nuestro contexto nacional, históricamente, nunca se habían presentado movimientos juveniles tan fuertes, exceptuando por el de la séptima papeleta. ¿Cuál es la causa de este fenómeno? ¿Cuáles son los cambios sociales y políticos que conlleva? ¿Qué consecuencias tendrá? Esas son las preguntas que trataremos de responder.
Un inicio diferente
En el inicio todo era oscuridad. Poco a poco las formúlas pesidenciales y vicepresidenciales se fueron formando. Las propuestas tomaban forma. Los aspirantes se unían a un partido, creaban el propio o reunían firmas. Elegían colores desde los cuales militarían. Mostraban sus vagas ideas a través de portales de internet. Aparecieron las intrigas materializadas en precandidatos. Las primeras elecciones iban a correrse sin fundamentos claros. El info-entretenimiento catapultó a las figuras estrella: la única mujer precandidata, el presunto corrupto ex ministro, y la terna de ex alcaldes: el exitoso ex alcalde pro civismo, el ex alcalde paisa anti comunas, el ex alcalde borracho y aquel que dedicó su mandato a mejorar los parqueaderos de la capital.
Hasta el momento, una inicipiente cultura electoral iba formándose desde la academia. También los medios de comunicación alentaron esta inciativa. Sin embargo, lo que más peso tuvo fue la Revolución de las teorías de la información y la comunicación. A través de facebook y twitter, miles de jóvenes empezaron a tomar partido movilizándose políticamente en uno de los bandos. Adeptos a un partido, empezaron a identificarse con las ideas de uno de los candidatos, ahora más sólidas.
Las elecciones definieron los candidatos. El Consejo Nacional Electoral definió las fórmulas. La cita en la registraduría estaba planillada. Sólo quedaba el trabajo de cortar y pegar. La publicidad masiva empezó a inundar las calles, las casas, las universidades, las oficinas, los carros y hasta los individuos. Fue en ese momento en el cual, me hicieron la pregunta más sonada de este semestre: ¿Por quién vas a votar?
Sin dudas, la pregunta ya me la habían hecho antes de este momento. Sin embargo, no tenía la connotación que tenía ahora. Mientras antes era una pregunta más en el aire, ahora, cargaba un valor más acuciante y hasta angustioso. Lo único que puedo decir es que tuvo recordación. La pregunta aún sigue en mi mente. La razón de ello no es la repetitividad de la que fue víctima. La razón es debida a las implicaciones sociales de la misma.
La carrera con el tiempo
Sin esperar a la mañana siguiente de las elecciones, los candidatos empezaron su carrera contra el tiempo. Sin este a su favor, debían convocar a la mayor cantidad de personas y unirlos a su bando. Las encuestas empezarían desde la semana siguiente y sin detenerse. Los grupos en facebook empezaron a tomar forma. Con todo más definido, los resultados de las encuestas empezaron a influenciar nuevos sectores poblacionales con ayuda de un efecto dominó. Las juventudes empezaron a sentirse y los diferentes partidos se dispusieron a aprovecharlas.
Un movimiento nunca antes visto en el plano electoral nacional se gestaba rápidamente. Podríamos pensar que la fuerza que tomó se debió a las mismas causas de la formación del movimiento de la séptima papeleta: un anhelo por el cambio de una situación en crisis de legitimidad. Ocho años de un gobierno que cambió positivamente al país, pero que trajo consigo una serie de dudosas circunstancias: iniciativas de referendo de reelección, falsos positivos, crisis económica agravada por la supuesta legalidad de una pirámide, AIS, además de críticas masivas al uso de los poderes del ejecutivo en un gobierno donde la reelección es posible.
Todos estos acontecimientos fueron el caldo nutritivo para que un movimiento que abogaba por el cambio apareciera. Un movimiento que sentía que los tradicionales partidos políticos no habían cambiado la situación nacional, y que era legitimada por ellos mismos. Un movimiento que estaba cansado de la monotonía de los últimos ocho años y que sentía que era necesario un nuevo aire en la política nacional. Tal vez también tuvo que ver, en dicha gectación, la coyuntura social global que aboga por un cambio de los parámetros, hasta ahora incólumes, de significados y procedimientos. Globalización, ubicuidad, instantaneidad eran los términos que habían cambiado desde la forma de comunicarse, hasta las connotaciones del término estado.
En este contexto debía generarse un nuevo entendimiento más preparado a afrontar los cambios. Los jóvenes así lo sintieron. Al igual que los candidatos. Mientras los primeros se adherían a las filas de los segundos, los segundos debían determinar qué hacer con esta fuerza tan motivadora y arrolladora. Así fue, les concedieron un lugar en su militante candidatura. La movilización ya había comenzado y no se detendría. Incluso, se fortalecería mientras pasaba el tiempo. En unos bandos más que en otros y de formas diversas. ¿Quiénes conformaban dichos bandos? es una pregunta que, específicamente, no podremos responder. Los movimientos juveniles eran tan heterogéneos desde su conformación que sus integrantes se diferencian tanto en aspectos socio económicos como en intereses. Sin embargo, todos estaban ahí por una razón. Ser actores sociales políticamente activos en una sociedad en la que los jóvenes son quienes más se abstienen y lograr un cambio desde una de las filas.
Tal vez esta no es la fila que más les convence en cuanto a candidatos. Pero sí en cuanto a propuestas. No quiero decir con esto que el caracter personalista de las elecciones haya llegado a su fin. Quiero decir que dicho carácter se ve matizado por un análisis exhaustivo a las propuestas de dicho candidato.
De vuelta al pasado
Pero no todo es cambio. La degeneración de los movimientos juveniles inicia en el momento en que se idealiza una candidatura y se rompen lazos con la realidad. En ese contexto, los ánimos se caldean con tal agresividad, que las arengas se tornan más personales que políticas. Los argumentos se tornan extraños y las falacias llegan a su reino. Retrocedemos a nuestro histórico conflicto partidistas. El unico cambio, entonces, radicaría en que el rojo y el azul se tiñen y tranforman en otros colores. Lo que había empezado como un pacífico movimiento de las juventudes, se convierte en una violenta discusión agravada por la fortaleza del caracter juvenil de sus integrantes, que políticamente, deben madurar.
No sé si esta afirmación implique que toda esta militancia desde el principio haya sido una moda. Sin embargo, sí es cierto que muchos lo hacen por esa razón. La verdad es que la respuesta a esta duda la ecnontraremos al acabar esta carrera electoral.
El precedente que marcan los movimientos juveniles electorales es de gran envergadura para la sociedad colombiana. En primer lugar, da cuenta de la fortaleza del sector poblacional que los jóvenes representan. En segundo lugar, muestra que, el estereotipo de pasividad con el que carga la sociedad colombiana no puede generalizarse. Asimismo, presenta un cambio en la cultura política y electoral del país de tintes tradiconalistas. Por último, muestra las influencias y los efectos de los medios de comunicación y las tecnologías en una sociedad donde el acceso a ellas no es masivo.
Aunque dichos cambios se presentan como estructurales habrá que esperar si resultan coyunturales. Habrá que esperar también si degeneran o no en una violencia partidista, similar a la que asistimos en el siglo pasado. Poco no falta para que esto suceda. Las pasiones políticas tan aferradas a las diferentes candidaturas han generado una violencia tan sólo de palabra de la que no están exentos los mismos candidatos. Así empezo todo en 1810, 200 años antes, época en la que todo era incierto, en la que, al incio, todo era oscuridad.
domingo, 30 de mayo de 2010
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